Durante 2024, el sector farmacéutico argentino alcanzó niveles récord. La facturación total fue de $7,48 billones de pesos, un incremento del 254,9% respecto a 2023, impulsado por el crecimiento tanto de la producción nacional como de la reventa de medicamentos importados. Solo en el cuarto trimestre se facturaron $2,28 billones, un 174,9% más que en el mismo período del año anterior, según datos del INDEC.
Este dinamismo ubica a la Argentina como el tercer mercado farmacéutico más grande de Latinoamérica y con una singularidad: el 67,8% de la facturación total proviene de producción nacional. A su vez, el 88,7% de esa producción se destina al mercado interno. Es decir, casi todo lo que se fabrica, se consume en casa.
Pero la escala también deja al descubierto sus vulnerabilidades. En un mercado que moviliza más de 750 millones de unidades anuales, una falla mínima en el packaging puede activar alertas regulatorias, provocar quiebres de stock o erosionar la reputación de una marca. Lo que se imprime en un envase no es apenas información técnica: es trazabilidad, garantía, confianza.
Casos recientes y sus implicancias
En febrero de 2024, la ANMAT ordenó el retiro de un lote de solución intravenosa de dextrosa por errores en la concentración declarada. En octubre, se detectaron cajas rotuladas como “Morfina” que contenían diclofenac. En agosto del año anterior, un suplemento vitamínico debió ser retirado por un error en el número de troquel, clave para la trazabilidad del producto. Todos estos casos están documentados en alertas públicas de ANMAT.
Podrían parecer hechos aislados. No lo son. Son síntomas repetidos de una práctica extendida: delegar la última línea de control a la inspección visual manual, en condiciones operativas muchas veces desfavorables.
Cada error acarrea costos directos: logística inversa, destrucción de productos, reposición urgente de stock. Pero lo más difícil de recuperar es el daño reputacional. Aunque en Argentina no existen cifras consolidadas sobre el costo promedio de un retiro de producto, los antecedentes muestran que los impactos económicos y de imagen pueden ser significativos y persistentes.
Cuando el error no es estadístico, sino clínico
Los errores de packaging no discriminan. Pero lo más alarmante es que afectan también a los medicamentos más sensibles. Solo en el último trimestre de 2024, los antineoplásicos e inmunomoduladores —empleados para tratar cáncer y enfermedades autoinmunes— concentraron el 21% de la facturación del sector. Le siguieron los medicamentos del aparato digestivo (14,6%), cardiovascular (11,9%) y del sistema nervioso (11,5%), según datos del INDEC.
¿Y si el error ocurre ahí, en una etiqueta mal rotulada en una ampolla de quimioterapia? ¿O en una caja de anticonvulsivos con el troquel equivocado? No es una hipótesis alarmista: es una posibilidad concreta que ya sucedió.
La tecnología no reemplaza el criterio, lo potencia
Hoy existen sistemas de inspección basados en visión artificial que pueden verificar con precisión etiquetas, estuches, prospectos y empaques al ingresar a planta, detectando desviaciones invisibles al ojo humano. No solo reemplazan tareas repetitivas: las mejoran. Disminuyen los tiempos de inspección, eliminan el sesgo visual y permiten tomar decisiones con datos objetivos.
El cambio no es sólo tecnológico. Es cultural. Automatizar el control de empaques no es quitarle el trabajo a una persona, es devolverle su capacidad de decidir sin cargar con el peso de un error inevitable.
Invertir en calidad no es un gasto, es una póliza de continuidad
La industria farmacéutica enfrenta un punto de inflexión. Según el informe Next in Pharma 2025 de PwC, las compañías líderes deberán adoptar modelos operativos más ágiles y basados en datos para sostener su competitividad en un entorno cada vez más volátil, donde los errores operativos ya no son tolerables y la presión sobre los márgenes crece. La automatización inteligente y la gestión integrada del riesgo son ahora capacidades críticas para evitar ineficiencias, mitigar errores repetitivos —como los de packaging— y sostener la confianza de pacientes, reguladores e inversores.
Prevenir no es solo evitar pérdidas económicas. Es cuidar el activo más frágil en esta industria: la reputación.
La industria farmacéutica argentina es potente, con tecnología disponible, recursos humanos formados y un mercado que crece. Pero si ese crecimiento se apoya en procesos frágiles, cada avance puede esconder un retroceso silencioso.
El packaging no es un detalle. Es un punto crítico de control. Y como tal, debe ser tratado con el mismo rigor que la formulación, la validación microbiológica o la farmacovigilancia.
Porque en este negocio, una etiqueta mal impresa no solo cuesta millones. Puede costarlo todo.
* cofundador de ARVISCAN