la vida de los refugiados en el Centro Teresa de Calcuta


“Pasen por acá”, dice con gusto Alejandro, mientras le pega un trago al mate y extiende el brazo a modo de invitación. Tiene 49 años y se desempeña como vendedor ambulante. Está listo para salir a ofrecer sus bolsas de residuos, pero antes espera para acompañar al equipo de Tiempo de San Juan en el recorrido por el complejo y contar su experiencia.

Relata que, sin un lugar donde pasar sus días, estuvo meses viviendo en un baldío, en una especie de cueva que él mismo armó. En esas condiciones, su mayor angustia no eran la incomodidad ni el frío, sino la falta de aseo personal. “Me tapaba con bolsas y pasaba las horas como podía. Pero lo que menos me gustaba era no poder bañarme. Me levantaba y me lavaba la cara, pero no tenía ni dónde lavar mi ropa. Era difícil salir a vender así. Desde que estoy acá, todo eso es diferente y puedo estar presentable”, confía sin reparos. Y, aunque aclara que está más que agradecido, asegura que su próxima meta es conseguir un trabajo estable. “Estoy bien acá. Pero si yo tuviera un trabajito, podría alquilar una pieza para mí, y con eso y la venta de las bolsitas viviría tranquilo”, asegura antes de pedir disculpas por tener que retirarse para comenzar a recorrer las calles del centro.

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En el centro se ofrece merienda, cena y desayuno a las personas que son refugiadas cada día.

El reloj marca las 9:30 pasadas cuando él sale del gran patio central del edificio y atraviesa las puertas vidriadas que dan a la calle. Mientras tanto, en el ala este del lugar, dos mujeres están terminando de lavar las tazas que quedaron del desayuno, que comenzó a servirse muy temprano. En el comedor solo quedan dos abuelos, sentados uno al lado del otro, en silencio. Tienen 79 y 82 años, y son hermanos. Vivían en Angaco, pero hace dos semanas su humilde casa se cayó y quedaron desamparados. Por eso llegaron al lugar. Son los únicos que pasan todo el día en el centro. El resto de los residentes puede regresar recién después de las 17 y debe retirarse hasta pasadas las 9 de cada mañana.

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Dos hermanos de Angaco que son adultos mayores y perdieron su casa, son los únicos residentes que permanecen todo el día en el lugar.

Dos hermanos de Angaco que son adultos mayores y perdieron su casa, son los únicos residentes que permanecen todo el día en el lugar.

Rolando toma la posta del recorrido. Es uno de los refugiados más antiguos y decide contar cómo están distribuidas las habitaciones, con distinta cantidad de camas cuchetas según sus dimensiones. Él ocupa una de las camas de abajo, en una pieza que comparte con otros siete hombres. “Además, tenemos estos armarios para guardar nuestras cosas. Nosotros nos levantamos cada mañana, tendemos nuestra cama y acomodamos nuestra ropa. Después vienen las chicas que lavan el piso y terminan de limpiar”, comenta.

Tiene 60 años y llegó al refugio en agosto del año pasado, ni bien el Gobierno de la provincia, a través del Ministerio de Familia, reabrió sus puertas, que habían estado cerradas desde hacía años atrás, después de la pandemia. Agradable y con una sonrisa, el hombre asegura que no tuvo suerte en el último tiempo.

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Rolando es uno de los residentes más antiguos del centro, pernocta allí desde su reapertura, en agosto pasado.

Rolando es uno de los residentes más antiguos del centro, pernocta allí desde su reapertura, en agosto pasado.

Según cuenta el sanjuanino, padre de un hijo que hoy tiene 21 años, trabajaba como administrativo en una empresa exportadora. Pero la firma cerró y quedó desocupado. Después llegó el coronavirus y eso complicó su búsqueda laboral. “Conseguí una casa de la cual era casero, pero el dueño la alquiló y quedé en la calle. Así llegué acá”, relata. Y agrega: “Ahora trabajo cuidando autos atrás de la Terminal, por calle Avellaneda y Santa Fe. Mi situación es complicada, estoy grande para que me den trabajo, pero me quedan varios años para jubilarme. Igual me las rebusco; inactivo no hay que estar nunca, porque si no, se viene la depresión. Yo sigo esperando el milagro”.

Como él, Joaquín se gana la vida en las calles de Capital, pero cuidando motos. “Eso me alcanza para comprarme el almuerzo y algo de ropa, me da cierta estabilidad mientras vivo acá”, sostiene. Tiene 61 años y, según revela, también quedó desocupado por el cierre de la empresa en la que se desempeñaba, una distribuidora de fiambres y lácteos. “Llegué a tener 20 personas a cargo, pero todo quedó en la nada”, afirma.

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Diego es cordobés y llegó a San Juan desde San Luis. Lo que gana por su trabajo no el es suficiente para pagar un alquiler.

Diego es cordobés y llegó a San Juan desde San Luis. Lo que gana por su trabajo no el es suficiente para pagar un alquiler.

En el lugar, hay personas de distintos departamentos e, incluso, de otras provincias. Llegan a San Juan en busca de un mejor pasar, pero les cuesta asentarse. Es el caso de Diego, quien lleva dos meses y medio en el refugio. “Me gusta San Juan, pero no soy de esta provincia. Nací en Córdoba y tengo domicilio en San Luis. Llegué a trabajar como chofer, pero no me alcanza; por eso me permitieron pasar las noches acá”, revela.

Mientras los residentes hablan, son acompañados por Julio Rodríguez, quien es celador, y Marcela Mercado, que cumple varias funciones en el centro. “En general se llevan todos bien, a veces hay discusiones que tienen que ver con la convivencia. Pero para mí esta también es, de alguna manera, mi casa, porque paso muchísimo tiempo acá”, comenta Julio. Y todos hablan de las noches que pasan jugando a las cartas o mirando la televisión.

Embed – Centro de contención Madre Teresa de Calcuta

En tanto, Marcela sostiene: “Nosotros tratamos de que su estadía sea la mejor posible. Todos colaboramos, ayudamos a cocinar, organizamos todo y también ponemos la oreja, porque acá llega mucha gente con distintos problemas y hay que acompañarlos”. Luego se acerca a la cocina, sale y les informa a todos: “¡Esta noche cenamos polenta!”.

El centro, su funcionamiento y una contención que va más allá del techo y la comida

El Madre Teresa de Calcuta es uno de los dos centros de contención que funcionan en la provincia. Al igual que él, existe el Papa Francisco, ubicado en la calle General Paz, en inmediaciones del Hospital Rawson, y que tiene espacio para 35 residentes, también varones.

Ambos son administrados bajo un programa provincial que busca ofrecer un albergue temporal con servicios básicos como alojamiento, comida y aseo personal a quienes no tienen hogar, mientras se trabaja en su inclusión social y protección integral. En época invernal, abren a las 17 y ofrecen merienda, cena y desayuno. Además, se brindan viandas a adultos mayores que, si bien tienen vivienda, son personas de bajos recursos.

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El espacio se encuentra en Avenida Córdoba 150 Este, en Capital.

El espacio se encuentra en Avenida Córdoba 150 Este, en Capital.

Sobre su funcionamiento, Lorena Acosta, directora de Emergencia y Políticas Alimentarias del Ministerio de Familia, comenta que con la llegada de las bajas temperaturas han notado un incremento en el número de personas que asisten a los refugios. “El número varía día a día, pero después de la ola polar notamos un aumento en la demanda”, señala.

El proceso de ingreso se inicia cuando una persona se acerca a la puerta del centro y es recibida por el policía de guardia. Continúa con una entrevista realizada por un equipo técnico compuesto por una psicóloga y un asistente social. “Ellas analizan que cumplan con algunos requisitos. Por ejemplo, se verifica que no tengan antecedentes penales ni pedidos de captura, para resguardar a la comunidad del refugio”, explica Acosta.

Una vez admitidos, los beneficiarios reciben merienda, cena y desayuno, y cuentan con duchas de agua caliente, camas y ropa de blanco limpia. Pero la asistencia va más allá de lo básico. “Les brindamos charlas sobre adicciones, atención psicológica, seguimiento nutricional y pronto sumaremos talleres para que puedan aprender un oficio”, adelanta la funcionaria.

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Julio, celador de la institución, posa junto a Joaquín, Diego y Rolando.

Julio, celador de la institución, posa junto a Joaquín, Diego y Rolando.

La mayoría de los asistentes se encuentra en situaciones de empleo informal, y algunos están en proceso de terminar los estudios primarios. “El objetivo —en el que hacen mucho hincapié tanto el gobernador, Marcelo Orrego, como el ministro Carlos Platero— es acompañarlos en una reinserción real en la sociedad, no solo ofrecer un techo por la noche”, remarca.

También destaca que hay un abordaje integral de casos complejos, incluyendo personas con problemas de adicciones o con necesidades médicas. “Les solicitamos los turnos en el hospital, buscamos restablecer sus vínculos familiares y ofrecemos contención en caso de adicciones. Queremos que se sientan parte de un hogar”, detalla la Directora.

Consultada sobre la posibilidad de ampliar la red de refugios, Acosta afirma que por ahora se está respondiendo bien a la demanda, aunque no descarta que se evalúe si fuera necesario.

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