El efecto boomerang de Alberto: corre el riesgo de convertirse en “candidato de la devaluación”

El candidato opositor dejó entrever que será inevitable una suba del dólar tras las elecciones. Mismo argumento con el que en 2015 Scioli criticaba a Macri.

En Argentina pueden alternarse los gobiernos pero nunca los discursos.

Quien está en la oposición denuncia al que está en el gobierno de planchar al dólar y generar una paz financiera artificial para ganar votos, pero de una manera irresponsable porque es una paz sobre bases insostenibles en el tiempo.

Y quien está en el gobierno dice que el opositor, con sus críticas a la política económica y detrás de sus promesas de una mejora en la competitividad y en la producción, está escondiendo su verdadera intención de devaluar, reduciendo se esa forma el salario real de los argentinos.

Un repaso al debate de la campaña presidencial de 2015 entre Mauricio Macri y Daniel Scioli impresiona por la vigencia de los argumentos. Con un pequeño cambio, naturalmente: ahora Macri dice cosas parecidas a las que entonces decía Scioli, mientras que Alberto Fernández hace declaraciones similares a las que en aquel momento hacía Macri.

Scioli, en 2015, le había preguntado a su oponente “quién va a pagar los costos de este ajuste que va a llevar adelante, que es inevitable a partir de dejar el mercado libre de cambio”.

Y tras acusar a Macri de buscar una caída de los salarios, enumeró los pilares de su plan: “Un desarrollo económico viene de la mano de un Estado presente, que te acompañe, que te garantice políticas públicas; de una nueva ley de coparticipación, del 82 por ciento móvil, de la exención del impuesto a las ganancias a los trabajadores, compañeros trabajadores; viene de la mano de buscar la competitividad de las economías regionales. No como las quiere lograr Macri con una gran devaluación, sino que viene de la mano de bajar los costos de logística, bajar los costos financieros para que podamos producir”.

Macri le respondió que se había acordado tarde en su preocupación por la devaluación, porque Cristina Kirchner había tomado el poder con un dólar a $3 y lo dejaba con un cotización oficial de $10 y un “blue” de $14, con lo cual la verdadera devaluación ya la había hecho el kirchnerismo.

En el final de la campaña, Scioli se jactaba de haber “instalado una conciencia del ajuste y la devaluación”.

Mientras tanto, los técnicos del macrismo criticaban al Banco Central, donde Alejandro Vanoli cumplía un rol fundamental para que el kirchnerismo pudiera terminar su ciclo con una aparente paz financiera. A un costo de $70.000 millones, el funcionario colocaba contratos de dólar futuro a precios muy inferiores a los del mercado libre –reflejados en los valores que se transaban en Nueva York-, de manera que su política implicaba un verdadero seguro de cambio con ganancia garantizada para los bancos.

Los opositores, indignados, acusaron penalmente a Vanoli, además del ministro de Economía, Axel Kicillof y a la propia Cristina Kirchner, por entender que estaban generándole al Estado un ruinoso costo millonario solamente para cumplir con un objetivo político.

Igual que ayer

Cuatro años después, es increíble lo poco que cambiaron los discursos, aunque ahora se dan en direcciones opuestas. Alberto Fernández acusó al titular del Central, Guido Sandleris, de estar comportándose más como un militante del PRO que como un funcionario supuestamente independiente del poder Ejecutivo.

Para el candidato del kirchnerismo, lo que se lleva a cabo en el Central es “una política inconsistente y riesgosa que tiene como único objetivo sostener al dólar para que a Macri le vaya bien en la elección”.

Y, como en 2015 los macristas se indignaban con el costo que tendrían los contratos futuros del dólar, ahora Alberto y sus seguidores se espantan por las altas tasas de interés de las Leliq y el peligroso déficit cuasi-fiscal que se está generando.

Por cierto, razón no le falta en esa preocupación. El stock de Leliq ya equivale a u$s25.000 millones y muchos economistas –de todas las tendencias– lo ven como una potencial bomba inflacionaria.

Pero las diferencias aparecen a la hora de explicar el diagnóstico. Para Alberto, la causa del problema está en las tasas del 60%, que enfrían la economía, mientras que la gran mayoría del gremio de los economistas le responde que esas tasas son más bien una consecuencia y no una causa, y que la solución está en buscar la baja de la inflación.

El candidato peronista recibió críticas por confundir una herramienta de política monetaria con un recurso fiscal, al prometer que con el ahorro de las Leliq se podría financiar una mejora en la asistencia a jubilados.

Por caso, el ministro de economía bonaerense, Hernán Lacunza, lo castigó con una ironía: “Parece que Alberto descubrió la maquinita de la felicidad, la de emitir”.

Pero el candidato siente que su declaración lo dejó bien posicionado ante la opinión pública, que no sabe qué son las Leliq pero que ahora percibe que Alberto está preocupado por la situación de los jubilados. Y desde que descubrió que el tema “prendió” como centro de la campaña, no cesa de machacar con el costo de las Leliq en cada foro en el que habla.

En esa situación se produce un intercambio de “chicanas” que también parecen calcadas del 2015. Desde el macrismo apuntan a que la volatilidad del dólar de los últimos días obedecía, precisamente, a que el mercado tiene miedo de que Alberto gane y que, con él, regresen las políticas populistas.

Y dicen que el dólar no sólo no está atrasado sino que, en caso de confirmarse un triunfo del macrismo, hasta podría seguir bajando el tipo de cambio debido al flujo de inversiones que está esperando la definición electoral para entrar al país.

Alberto contesta que la volatilidad es por la constatación de que Macri no tiene respuesta ante la profundización de la recesión y que “todo el mundo sabe” que el actual valor del dólar no es real ni sostenible en el tiempo.

Lo cual no deja de ser una argumentación incómoda: está dando a entender que el peso se devaluará gane quien gane. Mientras tanto, en la vereda de enfrente, el ministro Nicolás Dujovne salió a responder que no hay motivos para pensar en un atraso cambiario y que las ganancias de competitividad llegarán por otras vías no cambiarias; por ejemplo, con la mejora de infraestructura. Es decir, el mismo argumento que usaba Scioli en 2015.

Alberto y una estrategia de doble filo

Como siempre, al que le toca el rol más arriesgado es al candidato opositor, porque el reclamo por el dólar atrasado siempre genera una inquietud entre los votantes. El mayor peligro es que se instale en la clase media la idea de que un cambio de gobierno equivale a una devaluación inexorable.

Es el temor que en 2015 el kirchnerismo trató de explotar a fondo y que, ahora, el macrismo sólo ha aprovechado parcialmente. Es algo que no deja de llamar la atención, porque acusar al rival de querer devaluar es un argumento que en Argentina ha demostrado tener una alta efectividad.

Macri, durante la campaña de 2015, tenía una ayuda en su posición: la existencia del “cepo” y del dólar blue. Eso le permitía afirmar que el dólar oficial –al que nadie accedía para comprar– era un artificio y que el blue representaba el verdadero nivel de la paridad. Ergo, que él no iba a devaluar sino que, a lo sumo, iba a sincerar una devaluación que ya había ocurrido.

Alberto, en cambio, se expone a un efecto boomerang. Al acusar a Macri de pisar el tipo de cambio por un propósito oportunista, asume una estrategia que se le puede volver en contra porque pasa a ser el candidato que aboga por la devaluación.

Como varios economistas han señalado, su deseo sería que Macri devaluara antes de octubre, porque eso traería dos situaciones extremadamente favorables para la campaña kirchnerista: la primera es que allanaría el camino a una victoria en las urnas, la segunda es que asumiría el gobierno con un tipo de cambio competitivo y –con el “trabajo sucio” ya hecho por el macrismo saliente– eso le facilitaría las cosas al licuar déficits y proteger al mercado interno.

Pero lo más probable es que ese sueño de Alberto no ocurra. O, al menos, eso es lo que han dejado entrever los funcionarios macristas desde que en octubre pasado asumió Guido Sandleris en el Banco Central y se puso en marcha la nueva fase del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.

Si esa es la situación, ¿cuál es la ganancia de Fernández al agitar el fantasma de una devaluación inexorable si sabe que Macri no la convalidará y que la advertencia se le puede volver en contra de su propia campaña?

Es algo que sólo saben él mismo y sus estrategas de campaña. En el Gobierno se preguntan si el objetivo será generar incertidumbre en el mercado para que la volatilidad se produzca ahora mismo.

Según ese razonamiento, lo que busca Alberto es generar una “profecía autocumplida”: da a entender que si gana habrá una drástica baja de tasas y una suba del dólar, entonces los mercados se adelantarían a esa situación promoviendo ya una corrección cambiaria preventiva.

Curiosamente, también ahí está la analogía inversa: en 2015, el entonces ministro Kicillof afirmaba que el empeoramiento en el índice de riesgo país y el deterioro de las condiciones del mercado financiero se debían a las declaraciones que hacía Macri sobre su plan de gobierno.

Los discursos cambian de micrófono, pero los contenidos siguen inalterables en esta Argentina tan afecta a la historia cíclica.

 

 

Fuente: iprofesional.com

 

 

 

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