Cada cierto tiempo, cuando el ciclo económico argentino se encuentra en sus profundidades, se repite una idea que aparece como la salvadora ante todos los desequilibrios macros de nuestro país: dolarizar la economía.
Impulsada siempre, de manera tácita o implícita, desde la tierra del consenso de Washington y repetida hasta el hartazgo en el país por “liberales”, que sueñan con la paridad dólar-peso, es una idea se expone en medios nacionales con cierta asiduidad.
La economía doméstica tiene, desde hace muchos años, una serie de desequilibrios muy importantes: desempleo, pobreza, inflación, solo por nombrar algunos. A partir de este diagnóstico, compartido por todos, aparecen un grupo de economistas, con importante presencia en los medios, pero inexistentes como factor de peso social o político, dan la receta de la dolarización como un encanto mágico para sanear las incongruencias antes mencionadas.
Si bien es cierto que, por ejemplo, en el cortísimo plazo acabaría con la inflación, bajaría drásticamente la tasa de interés y frenaría las expectativas negativas, pocos países adoptaron un régimen de convertibilidad, como el que se implementó en la Argentina en los 90, o la dolarización plena.
En este sentido, esgrimen, como ejemplo cercano, a Ecuador, que lleva 18 años con dicho modelo y que consiguió una inflación de un dígito al año, menos de 3%. Más allá de esto, Ecuador no ha podido elevar su PBI per cápita, que es de apenas u$s 6.000 al año, (Argentina tiene más de u$s 14.000 al año) y mantiene una tasa de pobreza de más del 20% de la población.
Cómo se aprecia, inclusive sin profundizar demasiado, no hay beneficios sustanciales. Pero vamos un poco más allá.
Hoy, dolarizar, es ilegal, el artículo 75 inciso 6 de nuestra Constitución establece que debe existir un banco federal con la potestad de emitir moneda. Ahora supongamos que la política se pone de acuerdo, se modifica la carta magna y se acepta la paridad ¿Qué pasaría?
Si quisiéramos dolarizar tendríamos que cambiar todos los pesos de la economía por los dólares que hay en el Banco Central y, como se pudo observar según estimaciones, no hay semejante cantidad de dólares. Volvamos a suponer que eso no nos importa porque el “Tio Sam” nos puede y decidimos avanzar en esta iniciativa. Básicamente, la cantidad de depósitos en pesos y de circulante en el público supera con creces los u$s 100.000 millones, por lo que sería necesaria una devaluación de más del 300% para poder dolarizar. El dólar cotizaría cerca de $ 150 por dólar. Demás está decir lo que sucede post devaluación con la inflación y, por lo tanto, con la pobreza.
Creamos, por esta vez, que la pérdida de soberanía es un detalle menor comparado con tener paridad uno a uno para no estar presos de crisis externas (otro argumento a favor). Pero la dolarización no elimina el riesgo de una crisis externa, los inversores podrían salir fácilmente por diversos motivos. Este tipo de crisis de la deuda puede ser tan perjudicial como cualquier otra y, de hecho, Panamá ha sufrido más de una. En estos casos, los dólares se “fugarían” y dejarían a muchos bancos en situación muy comprometida. Además, como bien alertan Berg y Borensztein, “las grandes oscilaciones de las corrientes internacionales de capital causan fuertes fluctuaciones del ciclo económico en las economías con mercado emergente incluso en ausencia de una crisis de la balanza de pagos”.
Finalmente, en esta breve defensa de la soberanía monetaria, la dolarización dejaría a la Argentina en manos de la economía de Estados Unidos, atada a las decisiones de alguien como Donald Trump, que vemos lo que está haciendo con la economía mundial.
En síntesis, antes de continuar, hay que hacer un esfuerzo de memoria y recordar lo que nos costó la convertibilidad en nuestro país.
En fin, no hay razones tangibles, objetivas, ciertas y concretas para llevar adelante un régimen de dolarización o de convertibilidad del peso por el dólar, solo se trata de propaganda de algunos que responden a intereses que nunca quedan claros.
De la profunda crisis económica se sale con decisión política, mejorando las expectativas con un programa que se aleje del humo electoral y se enfoque en tener convergencia en la política fiscal, monetaria y de tipo de cambio, y no con locas retóricas alejadas de cualquier realidad.
Fuente: Ámbito.com