No sé si a ustedes les pasa, pero yo más viajo y más valoro la ciudad en la que vivo, en la que muchas veces damos las cosas por obvias. Es una ciudad que usa el espacio público, algo que no pasa en otras capitales. La gente camina por la calle porque hay veredas, usa el transporte porque sabe que va a pasar, distintas clases sociales se encuentran en las plazas y se puede salir de noche. Aunque todo esto hoy tiene matices –me podrán dar ejemplos de algunos lugares o zonas donde esto no es así–, el sentido común de la ciudad es comunitario, es encontrarse. Como economista, eso no me pasa en los temas de economía, donde el sentido común es bastante individualista. Aun en los momentos de más transformación el sentido común con el que se conversa siempre es de derecha, pero en la Ciudad, no. En la Ciudad de Buenos Aires, el sentido común es bastante progresista, aunque nos quieran hacer creer lo contrario. ¿Será por eso que cuando su actual jefe de Gobierno quiere copiar el estilo Milei en la Ciudad queda grotesco? ¿Por eso da vergüenza ajena?
Lejos del discurso “antiporteño” –que alguna vez reprodujo el espectro peronista progresista donde me identifico– esta ciudad está llena de gente espectacular. Gente que se organiza política, cultural y socialmente, que se encuentra en las calles, que se mezcla, que incluye. Ahora, viajando también pude percibir cómo esta ciudad no tiene un gobierno a la altura de su potencial, que termina siendo un diamante en bruto. Tiene un gobierno que no se cree lo suficiente, no se planta como debiera frente al sector privado para ordenar a favor de los porteños toda la riqueza que esta ciudad genera. Y eso trae problemas en la política económica, la política social y la política de vivienda, de forma concatenada.
La política social en la Ciudad de Buenos Aires hay que pensarla en un sentido amplio. Entender su sociedad y sus necesidades. Veíamos hace poco a la vicejefa de Gobierno inculpar a las mujeres de la Ciudad por no querer tener hijos o por lo menos querer menos que antes, enojarse con los porteños por preferir más cosas que niños. Más allá de que esa tendencia tenga algo de mandatos que se quiebran y deseos que se respetan –cosa celebrable– y del panorama sombrío del futuro que puede hacer que queramos tener menos hijos; también es una tendencia de las grandes ciudades, caras y poco vivibles para las infancias. Los nacimientos por año en la Ciudad de Buenos Aires son 40 mil y la cantidad de personas que deja la Ciudad por año –justo en edad de ampliar familia– es de 11 mil.
Es materia de política social pensar en cómo cuidar a esta ciudad envejecida y también pensar cómo construir una ciudad posible para ampliar la familia. En el primer caso, se necesitan políticas como cuidadores domiciliarios que no te obliguen a dejar tu casa y tu identidad y espacios comunes de día que combatan la soledad, sistemas de cuidados en serio. En el caso de las infancias, no es solamente tener unos juegos lindos en la plaza –en donde uno no suele resolver más de media hora del día– y no solamente tener espacios transitables con las infancias, sino también tener un alquiler accesible. Según el Instituto de Desafíos Urbanos (IDUF), el 70% del salario de los jóvenes de esta ciudad se está yendo en el alquiler. Por eso, cada vez más, la política social de la Ciudad tiene que poder resolver la vivienda. A medida que los Estados nacionales, aun en su versión más conservadora, sostienen políticas de transferencia de ingresos, tiene sentido que las jurisdicciones se encarguen cada vez más de la dimensión contextual y ambiental de la pobreza. La política de vivienda tiene que ser su principal política social.
Con el sector inmobiliario de la Ciudad de Buenos Aires tenemos el mejor ejemplo de que el mercado no se regula solo. Conviven 200 mil departamentos vacíos, con 400 mil personas viviendo en hogares sin urbanización plena. No es de comunista dirigir la construcción, incentivar la disposición de los bienes vacíos, ofrecer alquileres públicos o subdividir y refuncionalizar propiedades antiguas. De una forma u otra, incidir en el mercado inmobiliario con multiplicidad de políticas lo hacen las capitales de los países referencia del capitalismo global.
Regular el mercado inmobiliario también puede ser la principal política económica. De lo contrario, ese sector presenta una rentabilidad mucho mayor que cualquier otro de los que se quiera incentivar en la Ciudad. En la Feria del Libro de 2025 se presentó el libro La ciudad posible, compilado por Raúl Sánchez, en donde muchos autoras y autores hablan acerca de la política productiva de la Ciudad de Buenos Aires. Una esfera vacante. En la Ciudad reina una lógica que remite al economista austríaco Joseph Schumpeter. Él hablaba de procesos de creación y destrucción de empresas en función de la innovación. La idea de que el capitalismo avanza mediante ciclos de innovación tecnológica y empresarial que destruyen estructuras económicas existentes y las reemplazan por nuevas. Dicho mal y pronto, pensemos en la Ciudad de Buenos Aires llena de cervecerías artesanales en 2017 convertidas en cafés de especialidad en 2024. Pareciera que la Ciudad es pasiva frente a esos ciclos de destrucción creativa, aun cuando Schumpeter creía que el Estado debía intervenir en ellos. ¿Será por eso que el tiempo promedio de las empresas de la Ciudad es de cinco años? ¿Qué se puede trabajar en el medio para planificar una diversificación productiva? Primero que nada, para trabajar en eso hay que desterrar la idea de que la política productiva no es algo que el votante de la Ciudad de Buenos Aires mire, o que la política productiva son solo tuercas y no servicios. Se necesita planificación, líneas de financiamiento y mayor presencia del Gobierno de la Ciudad en el plano económico.
En tiempos en que las redes sociales degradan la palabra “contenido”, la política necesita más y mejor contenido que nunca y en todos los espacios toca repensarlo. La Ciudad de Buenos Aires no es la excepción. Tiene un modelo agotado, una sociedad activa y un gobierno que va detrás. Gobernar esta ciudad no es administrar lo dado. Es atreverse a imaginar futuros mejores para ella y tener el coraje político de hacerlos posible.
*Economista, magister en desarrollo económico y referente de Futuros Mejores.