Más allá del ocio: el turismo como actividad


No es una casualidad que, en pleno auge de la economía de los bienes intangibles, que se verifica por una participación creciente del sector servicios en el producto bruto global, con porcentajes rozando el 70% a medida que crece en grado de desarrollo del país, también lo que se dio en llamar “industria sin chimeneas”, el turismo, haya migrado hacia agregar valor con ofertas más intangibles.

Tendencia. En esto, la digitalización y la globalización convirtieron al gasto por habitante en servicios turístico no sólo en un rubro creciente sino, además, por su elasticidad con respecto al ingreso, en un fuelle procíclico de toda la economía.

Otro cambio cualitativo en los hábitos de viajes tiene que ver con el nivel de agotamiento. Según el estudio Burnout 2025 de Bumeran, el 92% de los trabajadores afirma sentirse “quemado”. En un país donde el cansancio se volvió parte del paisaje, las vacaciones empiezan a adoptar un nuevo sentido: más que un período para “hacer de todo”, se busca recuperar energía y equilibrio.

Desde la industria turística, esta transformación es evidente. “Lo que antes se vivía como una carrera por acumular actividades, planes y estímulos hoy da paso a una preferencia creciente por experiencias simples, sin exigencias y con un ritmo más pausado”, resume el empresario Walter Zenobi, socio de Rada Beach.

El llamado “wellness tourism”, que prioriza naturaleza, descanso profundo y experiencias que bajan el ritmo, es uno de los segmentos que más crece según el Global Wellness Institute (GWI). Según el GWI la economía global del bienestar –que incluye once sectores, desde spas y turismo saludable hasta fitness, nutrición y bienestar mental– ya supera los US$6.000 millones en todo el mundo y tiene un ritmo de crecimiento superior al de la economía global, apalancado en dos situaciones concretas: el envejecimiento poblacional y la presión del estrés urbano.

En cifras. De acuerdo al último informe del Barómetro de la Organización Mundial del Turismo (ONU Turismo), registró un crecimiento del 5% en las llegadas de turistas internacionales en los primeros tres trimestres de 2025 (enero-septiembre), superando los niveles de 2019, con más de 1.100 millones de viajeros moviéndose internacionalmente, a pesar de la inflación y el clima de incertidumbre por tensiones geopolíticas. El tercer trimestre registró un aumento del 4% respecto a 2024, con una fuerte demanda durante la temporada de verano del hemisferio norte. África, por ejemplo, experimentó un aumento del 10% en las llegadas durante los primeros nueve meses de 2025 y Europa siguió siendo la mayor región destino del mundo, con 625 millones de turistas internacionales entre enero y septiembre de 2025 (+4% interanual).

El sector en Argentina. El turismo es una actividad importante para la economía argentina, tanto por su aporte al PBI y al empleo, como también por su impacto en la balanza comercial. Según un reciente y exhaustivo estudio de FUNDAR (realizado por Daniel Schteingart, Carola della Paolera y Joan Manuel Vezzato), depende de cómo se lo mida, representa entre el 1,7% y el 4,4% del PBI, una cifra importante pero todavía por debajo de la media mundial. Tiene un gran potencial de crecimiento gracias al patrimonio natural, diversidad cultural y oferta urbana del país.
Como ocurriera en el resto de la región, el turismo argentino tuvo un fuerte despegue desde mediados del siglo XX, con la expansión del turismo social (los hoteles sindicales, la formalización de las vacaciones y el crecimiento del parque automotor), y la aviación comercial y la creciente interconexión con el resto del mundo. Sin embargo, en la última década la actividad perdió dinamismo, reflejándose en su participación en el turismo mundial y regional.
El PBI turístico directo representa el 1,7% del total en Argentina, pero entre los 125 países con datos disponibles, Argentina se ubica en el puesto 110 en cuanto al peso del turismo en la economía. La buena noticia es que tiene mucho para crecer, dadas las características de su patrimonio natural, la diversidad cultural y el atractivo urbano de las grandes ciudades.  FUNDAR destaca que los territorios donde el turismo tiene mayor relevancia económica suelen ser economías pequeñas. “En la mayoría de estos casos, el desarrollo turístico está asociado al turismo de playas, aunque en varios —como España, México o Italia— la oferta cultural, histórica y urbana también es muy significativa”, subrayan.

Dentro de Argentina, la capacidad de atracción de turistas extranjeros es desigual: mientras la Ciudad de Buenos Aries es el principal destino turístico (con 59% de visitantes del exterior), de lejos la siguen Mendoza (6%), Bariloche (5,8%), Calafate, Puerto Iguazú, Ushuaia, Salta, Córdoba, Rosario y San Martín de Los Andes. Estos diez destinos representan el 91% de las noches de pernocte de no residentes en Argentina. En cambio, si hacemos referencia al turismo en general, CABA concentra el 25%, seguida por la provincia de Buenos Aires (por efecto de los balnearios de la Costa Atlántica), Córdoba (sierras y capital) y Río Negro (Bariloche). Sólo estas cuatro zonas se llevan casi las dos terceras partes del total.

En cuanto al impacto en el empleo, según FUNDAR, en 2022 había alrededor de 1,2 millón de personas (5,5% de la población ocupada), destacándose la gastronomía (2,3%), el transporte de pasajeros (0,6%) y el alojamiento (0,4%); mientras que otras “industrias turísticas” como las que nuclean las actividades artísticas, culturales, venta de combustibles, entre otras, representan el 2,1%.

Comparación. La relevancia del turismo en la economía argentina es similar a la de Canadá, Colombia y Australia. Durante 2024, el turismo generó casi US$5.000 millones de exportación y de esa manera se posicionó en el sexto lugar dentro de los complejos exportadores de bienes y servicios (sólo por detrás del sojero, del petrolero-petroquímico, servicios basados en conocimiento, del automotor y del maicero). Pero, a pesar de que las exportaciones turísticas representan sólo un cuarto del valor generado por el complejo sojero, resultan ser mucho más relevantes que las de otros complejos: 80% superior al complejo triguero, más del doble que el pesquero y tres veces y media las exportaciones de girasol.

Además, el turismo puede ser una fuente importante de generación de divisas para los países, pero en el caso de la balanza comercial turística de Argentina fue “persistentemente deficitaria”, con un saldo negativo en 42 de los 49 años transcurridos desde 1976. Claro que fue marcadamente deficitaria en períodos de apreciación cambiaria, cuando el país se encarece en dólares y se abarata viajar al exterior. Por ejemplo, indican que el año 2017 tuvo un déficit turístico de US$6.000 millones, que fue el valor récord. Pero lejos de constituir una peculiaridad, llega tener connotaciones macroeconómicas. El crónico déficit turístico agrava la escasez de divisas y muchas veces parece generar dilemas de política económica, como la que verbalizó la efímera ministra de Economía Silvina Batakis, de destinar la asignación de dólares para la producción, pero no al consumo suntuario. Además de la difícil tarea de discriminar qué tipo de viaje es superfluo y cuál no, lo cierto es que reducir este desequilibrio conlleva la necesidad de políticas macroeconómicas y sectoriales coordinadas, que, por ejemplo, se enfoquen en mejorar la infraestructura y la conectividad local. Todo un desafío para una economía que arrastra estas deudas en varios frentes pero que, sin solucionarlas, desprotege a un sector con posibilidades de empleo y producción.

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