Hoy se conmemora en nuestro país el Día del Respeto a la Diversidad Cultural. Esta denominación, que cambia recién en el año 2010, supone una invitación al análisis y la reflexión histórica. Cuando nosotros íbamos a la escuela bastaba con decirle el “Día de la raza”. Se evocaba así la llegada de Colon en términos de descubrimiento: América era un territorio que se descubría. La cosmovisión que subyace a esto es la europea. Ciertamente, Europa, hasta entonces, se creía verdaderamente el centro de la civilización, de la humanidad. El 12 de octubre de 1492 cambia el mundo para siempre. Se considera, según distintas corrientes historiográficas, a esta fecha como el inicio de la Edad Moderna y el fin de la Edad Media; y determinará el desarrollo de los próximos siglos caracterizados por la expansión europea y la formación de los primeros imperios de carácter global.
La pregunta que surge naturalmente es si alcanza el cambio de denominación de un feriado nacional para desembarazarnos de cinco siglos de historia colonial. Digamos que es un avance- puesto que es producto de grandes debates y cuestionamientos de distintas generaciones al relato hegemónico de la Europa que viene a traer la civilización a este continente salvaje- pero lejos está de romper la lógica de la “colonización pedagógica” planteada ya por Arturo Jauretche en 1967.
Cuando hablamos del proceso colonial en América debemos entender que fue total. Se modificaron absolutamente todas las estructuras sociales, todas las relaciones económicas y sobre todo el mundo simbólico: España impuso su lengua y su religión a sangre y fuego. No es un dato menor que tan solo unos meses antes del memorable 12 de octubre Antonio de Nebrija publicara la primera Gramática del Castellano. Al momento de desembarcar por primera vez en territorio americano, España (el Reino de Castilla) ya había logrado la Reconquista, expulsando a los árabes después de 800 años de dominio; impuso el castellano como lengua oficial y la religión católica como única verdad. España concretaba un proyecto de país: homogeneización cultural, religiosa y lingüística y expansión imperialista. Lógicamente, este proceso se extendió en América tras su descubrimiento. Para llevar a cabo dicha expansión se necesitaron siglos enteros de masacre y genocidio a los pueblos que habitaban estas tierras. Arrasaron con todo a su paso, amparados en la auto legitimación que les otorgaba la religión y el saberse, o más bien, creerse elegidos. En una palabra: se justificaban en el hecho de encarnar la Civilización. Debieron construir una imagen del otro- todo lo desconocido para el mundo europeo que era el continente americano- basadas en la idea de la barbarie.
La Argentina se erigió sobre una idea de la civilización y la barbarie, lo suficientemente poderosa como para que aun hoy, con más de 200 años de historia, se sigan advirtiendo sus efectos (el gobierno de Milei es el mejor ejemplo). A pesar de que con los movimientos independentistas y emancipadores se debilitó el sojuzgamiento militar y político de las metrópolis europeas sobre América; el proyecto de país que llevaron a cabo nuestras élites políticas a través del sistema educativo, los medios de comunicación y el poder económico constituyó un andamiaje cultural que garantizaba la perpetuidad del sistema: la colonialidad del ser, del saber y del poder. Sarmiento lo plantea con la frase Civilización y Barbarie: es la columna vertebral del pensamiento con el cual hemos ido construyendo nuestros años de Historia Argentina. Al punto que pareciera que todo lo es autóctono, lo que es nuestro, lo que es de todos, se ve como un aspecto negativo. Es la barbarie. Frente al influjo de lo bárbaro, los “Civilizadores” de cualquier tiempo que sea, creen que lo propio de la cultura del país está excluido de su ideología, por lo cual simplemente se lo debe ignorar, dejar de lado, o peor, destruir y avanzar pisoteando los restos.
Desde esta columna venimos insistiendo en que, la imposición de un grupo sobre las mayorías, es el verdadero trasfondo ideológico del gobierno de Javier Milei. No se trata de un gobierno anarco-capitalista (no existe en el mundo, y lo únicos beneficiados bajo esos postulados son los millonarios que necesitan lavar el dinero proveniente de narcotráfico, la corrupción, la trata y otras actividades ilegales), tampoco es el gobierno de la libertad (debe sostener cada imposición con una dura represión) y mucho menos es el gobierno anti-casta que nos vendieron. No hay peor casta que Sturzenegger, Caputo, Bullrich, Menem y Macri, que no conformes con haber fracasado antes, pretenden llevarnos a un nuevo e inédito estado de derrota.
Retomando lo expresado luego del veto a la ínfima suba para los jubilados aprobada por el congreso y el asado de festejo burlándose de millones de argentinos que no llegan ni a comprar los remedios (https://www.tiempodesanjuan.com/sociedad/el-juego-siniestro-los-jubilados-y-el-vetador-milei-n384240) el gobierno de Milei está llevando adelante una nueva etapa “civilizatoria” a partir de la miseria planificada. El veto al financiamiento a las universidades públicas es una confirmación cabal de esto.
Pero toda crueldad encuentra su límite. Vemos ahora que hasta los aliados de los primeros momentos de este gobierno empiezan a diferenciarse. El caso más destacado es el del histórico oficialista Miguel Ángel Pichetto, quién los definió con agudeza y hasta se permitió unas exquisitas metáforas: “es un barco sin luces en el mar, un tren que no llega a ninguna estación, una sociedad anónima de destrucción masiva de lo poco que nos queda de un cierto nivel de bienestar en el Estado argentino. Una empresa de demolición. ¿Qué es lo que expresan con este plan económico? ¿Cuál es el plan? ¿El ajuste al estilo Martínez de Hoz?”
Ese es el plan: ciegos de odio y resentimiento, quieren romper con todo lo que nos hace pueblo, lo que nos une.
Pero es cierto lo que dice Pichetto: creen que ganan pero en realidad pierden. Creen que nos vamos a dar por vencidos, creen que nos vamos a callar y que, sin chistar acataremos el disciplinamiento que le imponen a esta sociedad. Se equivocan, en realidad pierden: el horizonte de la esperanza es nuestro y nadie ni nada nos lo va arrebatar. Está escrito en nuestra historia. Tenemos en nuestro patrimonio – nuestra patria- generaciones y generaciones de luchadoras y luchadores. Desde los pueblos originarios, desde las mujeres, desde los jóvenes, desde nuestras madres, nuestros docentes, desde nuestros trabajadores y trabajadoras, desde el legado de nuestros próceres, de nuestros héroes anónimo vendrá el futuro, volverá a ser nuestro.
Por Eduardo Camus.